Teniendo en cuenta que la única constante en el universo es el cambio, la vida es, en sí misma, un ejercicio de desapego
Desde el movimiento de las galaxias hasta el ciclo de las estaciones, el cambio es inherente a la existencia, enseñándonos que todo, sin excepción, está en constante transformación. El hecho de reconocer que nada es permanente nos invita a replantear la forma en que nos relacionamos con el mundo. En lugar de aferrarnos a lo que, por naturaleza es transitorio, podemos aprender a vivir plenamente en el presente, apreciando cada instante por su singularidad y fugacidad. Podemos entonces cuestionar nuestras ganas de retener momentos, objetos, personas o incluso emociones. ¿Por qué aferrarnos a lo que está destinado a evolucionar o desaparecer? Cuando comprendemos que cada instante es único y se desvanecerá, nos volvemos más conscientes y agradecidos, capaces de disfrutar el aquí y ahora sin la carga del ¨qué pasará mañana¨
El ejercicio de desapego no es una renuncia, sino una forma profunda de reconocer y celebrar la esencia de la vida
Los monjes budistas son muy conscientes de esta fugacidady son verdaderos maestros en enseñar el ejercicio del desapego. ¿Cómo? Con verdaderas obras de arte. Ellos dedican horas a construir complejos fractales de arena que, precisamente por su belleza efímera, tienen un propósito ceremonial. Al ¨destruir¨ la obra tras finalizar la meditación, demuestran que la belleza está en el proceso y en el momento presente, no en la permanencia. Su práctica invita a reflexionar sobre nuestros propios apegos. Estos suelen nacer de la necesidad de seguridad y estabilidad, pues desde pequeños aprendemos a identificar ciertos objetos, personas o momentos como fuentes de consuelo y familiaridad. Sin embargo, este mecanismo natural puede transformarse en una barrera que nos impide abrazar la incertidumbre inherente al cambio. Al explorar de dónde surgen estos apegos, podemos comenzar a entender que, en muchos casos, se alimentan del miedo a lo desconocido y del anhelo por mantener lo que nos resulta reconfortante. Cuando amamos desde el apego, intentamos controlar y retener, es muy inconsciente, pero lo hacemos. Al igual que los monjes budistas que dedican horas a crear mandalas de arena para luego disiparlos en un ritual consciente, nosotros también podemos aprender a ver cada experiencia como única y efímera. Así como la arena se transforma en una obra temporal, nuestra vida se reinventa constantemente. ¿Cómo podemos aplicar esto a la vida cotidiana?
El amor con gratitud es libre, fluido y generoso. Es el tipo de amor que los monjes expresan al soplar sus mandalas de arena